Un día más en la ciudad.
Canarias, siglo XVI.
Constanza abre su taberna, espanta a las moscas y a los músicos.
Una mañana de sol, salitre y canciones.
Una jornada como otra cualquiera.
Paz y aroma isleño.
Pero pronto esa paz se ve interrumpida, nuevamente. Llega el aviso: un barco
corsario holandés se aproxima a la costa. Y entonces la vida, que intenta
seguir con su curso, se detiene para defenderse de otro ataque. El escudo es el
amor a la tierra, a las costumbres, a los que día a día están trabajando, sonriendo, bailando.
Llega la tarde, huele a pólvora y a marea revuelta, el nerviosismo vacía las copas. En
la taberna se mezcla la preocupación con los amores entre esos personajes
que ahora se necesitan más que nunca. Mientras, los holandeses con su
capitán, necesitan invadir la ciudad por no se sabe qué cosa de las tierras, y
van prendiendo el fuego. El primer cañón se retuerce hacia la costa. Se prende
la chispa, las vidas se paran, llega la noche, las llamas, la muerte o la dicha. Las
huidas, los túneles secretos, las pasiones encontradas.
Piratas, taberneras, músicos, lunas, alisios.
Un ataque.
Una defensa.
Canciones.
Mechas fundidas en la sal.
Un día más en la ciudad.